jueves, 18 de septiembre de 2014

Tierra Roja

Evitará los discos póstumos ya que la voz tronada no resulta de su agrado.
Agradecerá cada mañana por la cosecha recibida en lugar de juntarla. Se pudrirá.


La noche lo había decidido. Fue una energía brusca que sintió subir por todo el cuerpo. Estaba en el patio de la casa vieja y de repente vio todo. Dejó el alimento para los animales y se subió a la F100.

Entrará como gangster a un local semi vacío, los ojos desorbitados de uno más loco que él lo recibirán entre dañados y ansiosos del final desolado.

Puso el arma en el asiento del acompañante, antes vacío por desdén y abulia, ahora con ese bulto frío arremetiendo.

Otros pares de ojos lo observarán más allá de lo visible, harán de sus gestos un preludio, de sus zapatillas de tierra colorada, manchas calientes de sangre. De su hablar pausado un sicario sin fe, de cada mano al pantalón el peligro del arma acechando.

La fórmula dice que manejó los kilómetros que lo separaban de su Otro sin paradas intermedias. Que las zapatillas estaban teñidas imperceptiblemente.

La batalla se dará intensa y quieta, una breve esgrima de palitos chinos. Los ojos que observan, son dientes que ríen, ficciones que van y vuelven mientras transcurre el devenir inevitable de la cacería.

Llegó y nombró. En el nombre estaba la clave sonora.
Algo no sucedió entonces. El cónclave no había sido dispuesto por las partes como habían acordado. Tuvo que congelar su instinto de jaguareté y jugar al cliente interesado.

Se apagarán los reflectores, se hundirán las ideas entre charcos de amabilidades maltrechas.

Maldijo sus balas, su poca paciencia y su escasa previsión.

El público cual coro de misa farfullará bajito una sincera disculpa.

Volvió como empezó, hacia otra escena de la misma obra.




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