miércoles, 4 de diciembre de 2013

En verano


Hay brasas que queman aunque no tengan ni una chispa, algunas no fueron fuegos, ni pequeños fogoncitos de campamentos infantiles ni hogueras de vanidosos juguetones.

Hay brisas que soplan en la cara y despeinan hasta al más prevenido, y, si en su recorrido se encontrasen con una brasa, lejos de apagarla, la llevarían de viaje, a intentar encender otros mundos, otras vidas.

Es otra vida, dijiste. Y lo es. No lo había entendido hasta que lo mencionaste. Que bueno que aún puedo escucharte, aunque hables con monosílabos sordos de ternura (¿dónde la dejaste, si un día supiste tenerla toda entre tus manos?).

Hay brujerías, embrujos, hechizos, caracolas que quieren invitarte a vivir en su caparazón duro y aburrido. Pero hay también gallinitas de cristal, flores, caramelos de menta y miel, pelotitas de colores, sombreros de lana, bonitas-cositas-listas-para-regalar.

No todo es tu mar, sabés. Hay otros mares. Y hay arenas desperdigadas por el mundo redondo y ancho, hasta si fuera el mundo plano sostenido por las tortugas, aún así, habría mucha más arena que la que cabe en tu mirar sereno de sirena mirona, triste y encallada.

Ser un poco brasa, y un poco brisa, para ir desde algún mar remoto hasta una nieve eterna en un viaje de instantes veraniegos. He ahí la plegaria para este verano elegante que ya se quiere colar entre tus ojos.



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